Antonio González Antías
Lic. en Historia – Paleógraqfo
Desde los inicios de nuestra vida republicana, hasta hoy, la construcción de la Patria ha sorteado innumerables episodios, así en el plano de lo propiamente político, en el de la lucha armada y en el ámbito de lo económico. En esa historia, ha correspondido a la ciudad de Caracas un protagonismo de primer orden, aún en tiempos anteriores al estallido revolucionario de 1810 y a la gesta independentista de 1811. ¡Seguid el ejemplo que Caracas dio! dice con fuerza nuestro Himno Nacional.
Caracas protagonista.
En el continente suramericano, correspondió a la Caracas de 1810 ser la promotora de las ansias independentistas, para luego concretarlas en las jornadas políticas, que originaron efectivamente la independencia y la constitucionalidad venezolana en 1811. Caracas se hacía joven republicana, y Venezuela comenzaba el camino de la lucha armada a todo trance contra el imperio español: Simón Bolívar, no llegaba aun a los treinta años; José Félix Rivas tenía 36 años y el bisoño Antonio José de Sucre alcanzaba los 16 para cuando comenzó la guerra en Venezuela. Sangre joven para la batalla, de una juventud que sin denuedo se entregaba a la lucha por la Patria y por sus valores más sagrados que, según el pensamiento bolivariano, iba más allá de los confines venezolanos, con la bandera emancipadora y de unidad de los pueblos americanos.
Una legión de muchachos para la lucha.
Al lado de los próceres de siempre hubo, sin duda, un pueblo anónimo que también luchó, que arrastrando sus alpargatas y blandiendo machetes y lanzas enfrentaron el fragor de la lucha: herencia genética devenida de abuelos esclavos e indígenas que se antepusieron, en otro tiempo y espacio, al imperio español. En 1810, apenas un mes después de las jornadas del 19 de abril, un grupo de muchachos, capitaneados por Demetrio Castro y Gerónimo Pompa, jóvenes pardos, se pusieron a la orden de las autoridades1 para exponer su intención de sumarse a la lucha:
…”no podemos ver sin encubrirnos de rubor el patriotismo general con que a porfía desea sacrificarse uno y otro sexo en la causa común que defendemos estos principios emanan de la santa libertad que ya respiramos”…
Interesantes estas palabras, que asumimos eran generalizadas según se dice en el escrito donde, además, el compromiso -dentro de un ambiente de supuesta defensa de Fernando VII- era por la libertad ¿libertad respecto a quién? Es claro que las fuerzas enfrentadas y las tomas de posiciones respecto a lo que definitivamente debía hacerse, requirieron de definiciones, que vinieron a desembocar en las jornadas previas a la Declaración de Independencia de 1811. Para Simón Bolívar, no había que esperar más, y así lo hizo ver en el discurso más breve de su vida en 1811 …”es que trescientos años de silencio no bastan”… sentenció decididamente. Para estos muchachos no era majadería, ni habladera de paja, pues estaban dispuestos a la lucha:
…”nos hemos reunido y formado un cuerpo con el designio de instruirnos desde nuestra infancia en el manejo de las armas”…
Quién sabe cuánta gente joven de entonces, como los seminaristas que acompañaron a José Félix Rivas en las jornadas de La Victoria, se entregaron a la causa libertaria. El estudio de la historia, la verdaderamente crítica, debe enfocar sus análisis más allá de la presencia del héroe, o del hecho resaltante, que por supuesto tienen su lugar y su mérito, y hurgar en la investigación para detectar la presencia de los ignorados: campesinos, esclavizados, pardos sin rumbos, mujeres decididas a la lucha, que igualmente concurrieron al llamado de la patria.
En el caso de los muchachos, su solicitud no fue aceptada por las autoridades, y …”se tendrá presente la oferta del cuerpo que anuncian[la legión] para su oportunidad”… Seguramente estos muchachos no se quedaron tranquilos, aguijoneados ya por el deseo emancipador, libertario, a buen seguro siguieron su empecinada voluntad de lucha.
La patria vive, la lucha sigue.
La lucha es de siempre y lo es de ahora por tantas razones, cuya explicación requeriría de sendos tomos para exponerlas. Importa, si, la permanencia de la idea y la concreción del trabajo en la realidad, efectivamente. Es la única manera de hacer revolución. Esta comprensión la han llevado muchos luchadores en su pecho, ayer y hoy, en una batalla de todos los días, en todos los campos; por el mantenimiento de nuestra independencia y por el alcance del verdadero goce social. Quienes lucharon en los años sesenta contra el puntofijismo negador, lo hicieron de manera decidida sin cortapisas, y desde el barrio y la fábrica, se colaboraba con aquellos compañeros que anduvieron, con la moral en alto, y el fusil al hombro, por los senderos de las montañas larenses, falconianas, orientales y centrales.
A partir del año 2000, se inaugura una etapa promisoria en lo tocante al cambio revolucionario en América Latina. Nada fácil, si se atiende a la existencia de sociedades en las cuales se han enquistado poderosos intereses de diversos tipos, tanto a lo interno de estos países como desde fuera, por imposición -particularmente- del imperio poderoso del Norte. Tales intereses posibilitaron que la llamada “Década Ganada” se viniera a pique, y la ilusión de la unidad latinoamericana erosionó, para dar paso a la puesta en escena de gobiernos manumisos que sólo atienden a su manipulación desde los EE.UU.
Desde los años 60, Revolución Cubana incluida, la lucha fue frontal y sin reposo. Allí la juventud estudiantil, los obreros y el campesinado se sumaron al esfuerzo titánico de enfrentar a un monstruo llamado capitalismo, en todas sus expresiones. Ciertamente muchos jóvenes dejaron un reguero de sangre en calles y montañas. Otros fueron torturados hasta la muerte, lanzados desde helicópteros o encerrados en calabozos pestilentes. Los desaparecidos se cuentan por millares. Los emblemas son muchos, pero vale la pena recordar los sacrificios de Jorge Rodríguez y de Livia Gouverneur.
Hoy continuamos en el empeño, la sangre de los caídos en muchas jornadas han abonado la lucha actual. La prédica de Hugo Chávez no ha quedado en el vacío, y por muchas razones el llamó a la juventud venezolana la “Generación de Oro”, pero no solamente por lo del metal que se gana en la competencia deportiva, sino por el esfuerzo del joven campesino, militar o estudiante que se dedican con tesón a la lucha diaria desde sus espacios. ¡Venceremos!
1 Despacho del Cronista Municipal, Archivo Histórico de Caracas, Diversos, Tomo II, 1797-1812, fs. 1-2.
Se puede ver una copia en la revista Crónica de Caracas, N° 93, p. 93.
