Antonio González Antías
Lic. en Historia – Paleógrafo
Los conquistadores españoles, empecinados en el dominio del valle caraqueño, llamaron siempre a este empeño “La Jornada de los Caracas”, en precisa alusión a las parcialidades indígenas que se habían hecho fuertes ante la arremetida de las armas invasoras. Estos ancestros indígenas, de sangre bravía, enseñoreaban todo el Guarairarepano, tanto del lado del valle caraqueño, como en la cara que se ofrece al Mar Caribe: Los Caracas, aún perdura en la toponimia nacional, como remembranza de aquellas valientes tribus, que en más de una ocasión trastocaron el ímpetu del español por ejercer dominio en todo el valle y su entorno inmediato. Caracas, voz indígena que según los estudiosos, se debe a una planta conocida como pira, que era muy común en el cerro y el resto del territorio del valle primigenio.
La terquedad de la espada y el caballo, contra la fortaleza de la macana y la astucia.
Esa conquista no fue fácil. Desde hacía tiempo -a mediados del siglo XVI- comenzaron los intentos españoles infructuosos por lograr la entrada al valle de los indios caracas, pero una y otra vez tropezaron con la férrea resistencia indígena. Los alumbraba la búsqueda del oro, del cual, según se decía, había en abundancia en esta región. Ciertamente, esa búsqueda fue siempre el motivo fundamental del imperio español para promover la rapiña en América. Desde México hasta Argentina siempre fue igual: las expediciones por la búsqueda del metal precioso comenzaron con Cristóbal Colón y luego continuaron por más de trescientos años. En esos intentos, no sólo se llevaron las perlas, el oro y la plata de nuestro mar y de las entrañas de nuestra tierra, sino que una vez se agotaron estos bienes, volvieron a herir la tierra para sacarle el provecho de la siembra de la caña de azúcar, el cacao y demás productos, pero eso sí, con el trabajo compulsivo de indios y negros esclavizados.
Desde Coro y desde El Tocuyo -particularmente desde este último lugar- se tomaron decisiones respecto a la arremetida contra los indios caracas. Previamente, hacia 1560, Francisco Fajardo montó un hato en tierras del valle caraqueño. Habilidoso como era, sabedor de la lengua indígena y aspirante a cargos de altura, no es equivocado pensar en su postura ante el ser indígena, sí no que lo diga el ajusticiamiento que hizo del cacique Paisana, ahorcándolo, y quien sabe cuántas otras tropelías cometió este mestizo. Su poblado o hato duró poco, pues al rato fue desbaratado por los indómitos habitantes naturales de Caracas.
Para el indígena existía la ventaja de ser hábil conocedor de cada cerro, de cada quebrada, de cada piedra o vericueto, de cada cueva. Su habilidad y astucia se acrecentaba en ese conocimiento, y ello fue vital para contener el ansia depredadora de los españoles. El liderazgo de Terepaima, Paramaconi, Tamanaco, Tiuna, Guacaipuro y Carapaica -entre otros valerosos- se manifestó al guiar al conjunto aguerrido de hombres que lucharon denodadamente en esos espacios.
Después vendrían Juan Rodríguez Suárez y Diego de Losada, con planes e instrucciones precisas para acometer la empresa de dominio, es decir, someter a los “indios alzados”, término éste dado por los españoles a la resistencia indígena, y que en realidad señalaba la actitud de rebeldía y desobediencia a los dictados de la corona. Juan Rodríguez Suárez no alcanzó su cometido en tales tareas, pues murió en la loma de Terepaima luego de un cruento y extenso combate. Nuevamente se impuso la macana contra el caballo y la espada. Tocaría el turno a Diego de Losada, de dilatada trayectoria en estas lides, militar de experiencia, e igualmente ambicioso en sus pretensiones auríferas.
La jornada con Diego de Losada tendría su inicio en El Tocuyo, bajo las órdenes que le daría el Gobernador Pedro Ponce de León. Los intentos anteriores hechos por los gobernadores Pablo Collado y Alonso Bernáldez habían sucumbido, y las instrucciones dadas a los diversos capitanes de conquista se habían estrellado contra el muro indígena. En esta ocasión, los españoles aspiraban que con Losada lograrían su cometido, y a ese efecto prepararon una excursión “pacificadora” hacia el valle de los caracas. Bien armados venían en son de “pacificación”, en un conjunto compuesto de cerca de mil hombres, incluidos los 136 que lograron entrar primero a Caracas con Losada (Sebastián Díaz de Alfaro, Alonso Ortíz, Diego de Henares, Francisco Infante, Sancho del Villar, Antonio Rodríguez, Pedro Mateos, entre otros) además de buena cantidad de indios de servicio. No faltaban los caballos, arcabuces y rodelas, así como carneros, cochinos y otros avituallamientos necesarios para la jornada. Mucho tiempo después, en pleno siglo XXI, otro imperio -el estadounidense- pretende otra invasión, humanitaria la llaman, que busca -según dicen- restablecer la “democracia” en Venezuela. Como es lógico pensar, vienen también bien armados: aquí los esperaremos los “indios alzados” de este tiempo.
Algunos contratiempos enfrentó Losada en su atrevida marcha, y aun cuando tuvo la perspicacia necesaria para tratar de no toparse con los indígenas, éstos conocían de su derrotero pues al sonido de los fotutos y con otras señales, ponían en alerta sobre este paso al conglomerado de tribus que se localizaban en aquel tránsito. No era para menos, ya los habitantes primigenios de estos valles conocían de las pretensiones de estos soldados, conocían de sus armas y de sus caballos, pero también sabían de la saña y crueldad que empleaban cuando ellos –mujeres, ancianos y niños incluidos- eran capturados.
Que quedó de todo aquello…
El episodio histórico antes resumido, forma parte del más amplio proceso de rapiña, desolación y muerte operado a lo extenso de América toda por el imperio español, en trescientos años de existencia. Para este logro depredador, era necesario el sojuzgamiento ideológico y material de las comunidades autóctonas; convenía ablandar las conciencias con la prédica religiosa hacia quienes tenían su creencia ancestral. Además, era la excusa para el saqueo y el robo, a través de un circuito mercantilista donde el metal precioso y el tráfico de esclavos fueron puntales económicos.
Previo a la fundación de Caracas según la apetencia española, y como hecho fundamental para el dominio definitivo, se dio el combate donde los tarmas, arbacos, Teques y mariches en las alturas de San Pedro, con Guacaipuro en la vanguardia, enfrentaron con vigor la hueste española. Fue dura la lucha, pero al final fue necesario que el valeroso cacique, ante la evidente superioridad del invasor, ordenara la retirada. Más luego, seguramente, ocurrirían otras escaramuzas. Pero en la mente de Losada lo importante era destruir al líder indígena, pues pensaba que así todo quedaría en paz. Fueron comisionados Francisco Infante y Sancho del Villar para acometer esa tarea, y la llevaron a efecto con todo el rigor que aplicaban en sus acciones: Guacaipuro fue rodeado, atacado inmisericordemente, y su choza ardió por el fuego propiciado por las manos criminales. Rendía así su vida el valiente cacique, y su ejemplo hizo que las luchas continuaran: aún después, en tiempo casi inmediato, en las primeras décadas del siglo XVII, la precaria ciudad de Caracas no se sentía segura. El eco de los fotutos anunciaban la presencia merodeadora del indígena.
De todo aquello quedó el intenso deseo de lucha por la libertad. Se fueron tejiendo hechos a lo largo del tiempo: las fugas de los esclavizados, siguiendo la prédica de un José Leonardo Chirino, el ímpetu de José María España o de Francisco de Miranda por el alcance del trofeo libertario y, definitivamente, la gesta de Simón Bolívar junto a otros líderes y el pueblo en su conjunto, no dejaron que la mecha se apagara. Vendrían momentos de retroceso en ese afán, pero siempre alguno o algunos mantendrían la brasa perenne: hoy día avivamos el fuego por mantener la independencia que tanto nos ha costado.
¡Seguimos siendo indios alzados!
